# Va y viene

No sé qué era lo que me tenía tan nublada hace unas semanas, cuando creí que el tiempo de la literatura había pasado. Cuando creí que la tan nombrada batalla cultural estaba perdida, y que una librería era ahora una suerte de negocio poco inteligente, o de recinto para pobres almas no adaptadas a los tiempos que corren. Aunque sí, ¡es exactamente eso!, solo que algunxs lo dicen con tono de burla, y para mí es un orgullo. Una librería, para mí, es un lugar al que entrar cuando otros lugares te expulsan. O eso fueron para mí las librerías cuando eran una jovencita existencial en busca del sentido.

Hace unos días hice memoria y me sinceré: ¡claro!, yo entré a la literatura por el lado espiritual del existencialismo. Entré en la literatura de la mano de una voz que señalaba el vacío y se animaba a explorarlo con palabras, con una lengua salvaje, cincelada con golpes de dolor, de pasión, de placer. Estoy hablando de Clarice Lispector, por supuesto. De ahí mi gusto por libros donde la subjetividad esté exacerbada, desnuda, haciéndole una transfusión de sangre a la página. Que no es lo mismo que el exhibicionismo que vino después, o los libros de anécdotas personales sin literatura. Yo le echo la culpa a las redes sociales y a las ganas que tiene la gente de ser famosa, ¿o de ser querida? ¿Es lo mismo? ¿Se puede escribir con tanto exhibicionismo?

Pero me fui de tema. Yo venía a decir que no sé qué era lo que me aquejaba unas semanas atrás, y hoy tampoco me importa.


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